martes, 8 de septiembre de 2015

Desenlace infausto


Porque tu dolor fue el mío. Porque me acompañaste y te acompañé. Porque tu ausencia en esta etapa temprana de mi vida significó crecer.
Te amo eternamente, papá.  


 “Creo en cierta combinación de esperanza y luz que dulcifica los peores destinos. Creo que esta vida no lo es todo; ni el principio ni el fin. Creo mientras tiemblo; confío mientras lloro”.

Charlotte Brontë.

Atezadas nubes cubrían el cielo. Llegué a mi casa luego de un día difícil. Lo único que deseaba era escuchar su voz. Necesitaba de sus palabras. Él me estaba esperando.
Mi día había sido un martirio; el suyo, doloroso. Tenía la mirada perdida, y su voz era casi inaudible. Mi humor era execrable. Estar con él era todo lo que anhelaba. Sin embargo, el desasosiego que me había invadido esa mañana era como una predicción insoportable, que cada vez se intensificaba más. Algo no estaba bien, y ese “algo” estaba perturbando mis nervios.

Mientras yo me perdía en un laberinto de pensamientos, él me habló. Sentado en esa silla de terciopelo negro, su mirada expresaba desconcierto y mis nervios empezaron a tensarse. Pronunció unas palabras imperceptibles y su respiración comenzó a cesar.  Sus ojos, de un azul intenso, miraban fijamente el suelo, implorando el paso de los minutos, anhelando el sueño eterno. Mis nervios estallaron uno por uno, como una fila de dominó, a una velocidad indecible. Mi rostro estaba empapado en llanto, mientras que mi boca pedía ayuda a gritos ahogados. El teléfono no servía. Mi cabeza estaba a punto de explotar. En un intento desesperado, le susurré al oído: “Quédate conmigo”, pero no me respondió. Al ver que sus ojos habían perdido su incandescencia, lo supe. Su eterno sueño había comenzado, y mi vida había terminado. 
"Melancolía", E. Munch (1863-1944)

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