Desenlace infausto
Porque tu dolor fue el
mío. Porque me acompañaste y te acompañé. Porque tu ausencia en esta etapa
temprana de mi vida significó crecer.
Te amo eternamente,
papá.
“Creo en cierta combinación de esperanza y luz que
dulcifica los peores destinos. Creo que esta vida no lo es todo; ni el
principio ni el fin. Creo mientras tiemblo; confío mientras lloro”.
Charlotte
Brontë.
Atezadas nubes cubrían el cielo.
Llegué a mi casa luego de un día difícil. Lo único que deseaba era escuchar su voz.
Necesitaba de sus palabras. Él me estaba esperando.
Mi día había sido un martirio; el
suyo, doloroso. Tenía la mirada perdida, y su voz era casi inaudible. Mi humor
era execrable. Estar con él era todo lo que anhelaba. Sin embargo, el
desasosiego que me había invadido esa mañana era como una predicción
insoportable, que cada vez se intensificaba más. Algo no estaba bien, y ese
“algo” estaba perturbando mis nervios.
Mientras yo me perdía en un laberinto
de pensamientos, él me habló. Sentado en esa silla de terciopelo negro, su
mirada expresaba desconcierto y mis nervios empezaron a tensarse. Pronunció
unas palabras imperceptibles y su respiración comenzó a cesar. Sus ojos, de un azul intenso, miraban
fijamente el suelo, implorando el paso de los minutos, anhelando el sueño
eterno. Mis nervios estallaron uno por uno, como una fila de dominó, a una
velocidad indecible. Mi rostro estaba empapado en llanto, mientras que mi boca
pedía ayuda a gritos ahogados. El teléfono no servía. Mi cabeza estaba a punto de
explotar. En un intento desesperado, le susurré al oído: “Quédate conmigo”,
pero no me respondió. Al ver que sus ojos habían perdido su incandescencia, lo
supe. Su eterno sueño había comenzado, y mi vida había terminado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario