Diecisiete
años
“Sólo aquello que se ha
ido es lo que nos pertenece”.
Jorge Luís Borges.
Ella cree
que la vida es sólo sufrimiento, que no hay revancha, que no hay ilusiones
eternas. Cree que la edad es un número. Cree que todos sus días transcurren de
la misma manera: leer, comer, dormir. Hay momentos en los que siente que no es
así. Pero ese pensamiento sólo dura un momento.
Se mira al
espejo y no se reconoce. No es la misma de hace tres o cuatro años atrás.
Físicamente no hay muchos cambios: sus ojos continúan siendo marrones, no hay
ninguna esperanza de que sean azules; algunas pecas se han ido de su rostro,
pero otras insisten en quedarse; su nariz sigue teniendo forma de tobogán, por
mucho que le pese; su sonrisa no perdió ningún diente, aunque sí algo de
candidez; su pelo no presenta blancura y persiste en relucir. Sin embargo, en
el plano emocional, nada era ni sería igual. Aprendió que algunas veces sufrir
es necesario para sanar; que el dolor no le era tan ajeno como creía; que con
confianza en sí misma y mucho trabajo lograría cualquier reto; que los pequeños
momentos, aquellos que requerían enteramente su atención, no eran atendidos;
que dejó pasar muchas oportunidades, pero que siempre habría una chance más. Como
aprendió, también sufrió, y mucho. Sufrió por injusticias, por amor, por
pérdidas; pero, si bien el pozo de la depresión nunca fue cerrado, consiguió
controlar su poder sobre ella. Un sinnúmero de situaciones lograron deshacerla
casi completamente, pero ella no permitió que la destruyeran.
El mundo le
parecía una montaña rusa en donde convergían,
constantemente, el amor y el odio. Hoy, el mundo le parece una montaña
mágica, que, sin ser perfecto, muestra sus rasgos hechiceros. Es este el mundo
que ella, inconscientemente, había elegido años atrás, y el cual sigue
eligiendo, tal vez porque sea su única opción. Los habitantes no son de su
agrado, pero nadie le dio el privilegio de escoger, y se conforma. Esto no
significa que sea conformista sino que comprende que hay cosas que no se pueden
cambiar ni modificar, y que, quizás, sea mejor así. Todo está escrito allí arriba, decía Jacques, su amigo fatalista.
Ella observa
desde otra perspectiva. Desearía regresar a los doce o trece años, porque su
vida de entonces estaba completa. No lo supo ver a tiempo. Ahora debe vivir de
otra manera y enfrentarse a otras situaciones. Tal vez ese deseo no sólo
signifique recuperar lo perdido, sino también pánico por lo que está por venir.
Claude Monet (1840-1926)
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